miércoles, 28 de enero de 2009

Nosotros

Clave de lectura: ¿Qué valor tiene el individuo en el mundo «igualitario» del Estado Único?
Valoración: Profético ✮✮✮✮✮
Música: Estudio Op.42 nº 5, de Alexandr Scriabin ♪♪♪
Portada del libro Nosotros, de Yevgueni Zamiatin.

D-503, de profesión matemático del Estado Único, vive en la más hermosa de las ciudades, dentro del muro verde.

Dos veces al día, de cuatro a cinco de la tarde y de nueve a diez de la noche, tiene sus horas propias, en las cuales se le permite hacer cualquier cosa diferente a lo que las autoridades hayan planificado para los demás millones de personas. Por ejemplo, escribir un diario.

También en fechas señaladas puede recibir y hacer visitas lúdico-festivas a la señorita O-90 y correr las cortinas de sus grandes ventanales de cristal, expresamente diseñados para que no tenga secretos que ocultar. Previo permiso del administrador de la vivienda y entrega del talón rosa reglamentario, por supuesto.

Hasta que se encuentra con la extravagante I-330 y sus puntos de vista empiezan a torcerse de la norma.

¿Acaso el denostado caos que imperaba antes de la Guerra de los doscientos años no era tan malo? Al fin y al cabo, se conserva el monumento literario de aquella época que todos han leído de niños: la Guía de ferrocarriles.

¿Qué camino seguir entonces, el de la duda personal o el de la felicidad garantizada desde arriba? ¿El del azar o el de las series numéricas perfectas y predecibles?

Yevgueni Zamiatin escribió Nosotros entre 1919 y 1921, como una premonición. El «yo» no cabe en esta sociedad utópica, todo es «nosotros». Y sus habitantes, excepto algunos inadaptados, parecen sentirse satisfechos. ¿Por qué?

Porque existen la Tabla de las leyes y el Libro de las horas, porque todos se despiertan, trabajan, comen, pasean exactamente al unísono, visten igual, tienen las mismas posesiones y no han de pensar ni preocuparse por nada.

El amado Bienhechor y el Departamento de los guardianes lo hacen en su nombre, velando por la seguridad colectiva.

Pronto, la nave espacial Integral, en cuya construcción colabora D-503, difundirá estas maravillosas verdades por el universo. Si las civilizaciones que encuentren quieren aceptarlas sin discusión, ¡qué fortuna para ellas! En caso contrario... habrá que tomar medidas.


lunes, 19 de enero de 2009

La máscara de hierro

Clave de lectura: ¿Quién era el hombre de la máscara de hierro?
Valoración: Curioso ✮✮✮✩✩
Música: El hombre de la máscara de hierro, de Nick Glennie-Smith ♪♪♪
Portada del libro La máscara de hierro, de Roger Macdonald.

Resulta que los tres mosqueteros vivieron de verdad. Y por supuesto el cuarto, el más importante, D'Artagnan. Y que Alejandro Dumas «sólo» noveló sus aventuras. Es la tesis que Roger Macdonald sostiene en La máscara de hierro.

Así pues, este espadachín, Charles D'Artagnan, habría abandonado su Gascuña natal a los diecisiete años. Adoptó el apellido de su madre y en el camino a París tuvo una discusión con el conde Rosnay, agente del cardenal Richelieu.

Como consecuencia lo apalearon y despojaron de la carta de presentación para un paisano suyo en la capital: el capitán de los mosqueteros Jean-Arnaud du Peyrer de Trois-Villes, pronunciado Tréville.

Luego vino el encuentro fortuito con tres amiguetes: Athos (llamado Armand), Porthos (Isaac de Portau) y Aramis (Henri D'Aramitz), el duelo contra los guardias del cardenal, las intrigas en la corte, el peligroso despecho de Lucy Percy (a quien conocemos actualmente como Lady de Winter), el episodio del collar de diamantes entre la reina Ana y el duque de Buckingham...

Y si el libro se titula La máscara de hierro es por algo: un hombre condenado a llevarla permanentemente, con dos guardias junto a él para matarlo si intentaba huir o quitársela, que pasó a lo largo de los años por las prisiones de Pignerol, Exiles, Sainte-Marguerite y la Bastilla.

La teoría más difundida hace referencia al hermano gemelo de Luis XIV, pero Macdonald expone otras posibilidades, basadas en una compleja trama de conjuras palaciegas, envenenadores, guerras en Flandes, ministros caídos en desgracia, amantes del rey y hasta Molière, malquisto por algunos poderosos.

Al final, la clave vuelve a girar alrededor de D'Artagnan, encargado por el monarca de ciertas misiones «por razón de Estado». ¡El hombre de la máscara de hierro resulta ser...!

Nooo, no lo digo, que si alguien quiere leer el libro no es plan de hacerle esa faena. Me recojo y un saludo a vuestras mercedes.


miércoles, 14 de enero de 2009

Aventuras en el Zephyr

El bergantín Zephyr en el puerto de Cherburgo (1)

Voy arrastrando el petate por la rada de Cherburgo. Busco un bergantín para enrolarme.

¿Cómo se me ha ocurrido tal cosa? Ya sabéis, la llama de lo salvaje arde en las venas: vientos salutíferos, crujir de cuadernas, calavera y tibias en el pabellón... Bueno, también por echarles un vistazo a las islas del Canal, que están libres de impuestos.

El capitán del Zephyr, que supervisa el baldeo de cubierta, me ve llegar resoplando. Con su ojo parcheado evalúa mi potencial para izar a pulso la mayor y, a pesar de que lo ve muy negro, empieza a cantar: «Quince hombres sobre el cofre del muerto, jo, jo, jo, la botella de ron...».

La llama arde ahora con más fuerza. Mis piernas se detienen. He de cumplir con mi destino de viajero.

Por supuesto, me aseguro de algunos puntos esenciales: tendré un coy caliente en el sollado, turno de lavado de platos apenas una vez a la semana y patente de corso en las islas, que sí, que vamos a desembarcar en ellas. Pongo entonces la marca en el registro y ¡a bordo! ¡Aventuras, aventuras!

Mis compañeros de tripulación se dividen entre bucaneros frisones y filibusteras alemanas. También hay una pareja de piratillas franceses, pero no se dejan ver demasiado. Se meten en su minúsculo camarote y se dedicarán a estudiar latitudes, o a contar piezas de a ocho, o qué sé yo.

Comienzan las singladuras por el Mar del Norte: Sark, Jersey, Saint-Servant, Saint-Malo, con el espíritu de Surcouf observándonos desde las almenas… Guernsey, Alderney...

Cierto, mi habilidad con las velas resulta limitada. Eso de manejar los foques y el trinquete… ¡Por vida de, cómo pesan!

De manera que me encomiendan ocuparme de un par de cabos, una vez aclarado que los nudos para sujetar el aparejo no se hacen como el lazo de las corbatas. Qué quisquillosos.

Ah, los amaneceres en calas de tonos esmeraldas, el sol acariciando el combés, las zambullidas bajo la quilla, la campana que avisa del rancho, la roda cortando alegre las olas, tensas las jarcias, delfines deslizándose junto a las amuras...

¡Ah, el pedazo de tempestad atlántica que nos pilla atravesados y me hace jurar que nunca volveré a pisar otro cascarón con menos tonelaje que el Queen Mary!

El cielo aúlla, el salitre cubre los labios, la espuma nos ciega. Nos ponemos los salvavidas y nos agrupamos en la toldilla, bien amarrados. El estómago baila una animada giga con el píloro de tamboril.

¿Pero qué aventuras ni qué…? ¿Pero quién me manda…?

Como colofón, tras una noche de averno fondeamos de nuevo, salto a tierra firme y me aferro con uñas y dientes a la primera farola. ¡Qué bonita, mua, mua!

Queda confirmado que soy un marinero de agua dulce y me vuelvo definitivamente a mis zapatos, es decir…

Jo, jo, jo, la botella de ron.